El domingo pasado, de manera un poco improvisada, nos fuimos en busca de una nueva perspectiva de Estocolmo: a 121 metros de altura y con las piernas colgando.
La torre de
Eclipse, uno de los principales reclamos del parque de atracciones de Gröna Lund, coronada con su característica esfera dorada, es claramente visible desde muchos puntos de la ciudad. Resulta llamativo verla sobresalir por encima de los árboles y del castillo de Kastellholmen. Pero aún más llamativo es el hecho de que esos puntitos girando en torno a la estructura central son personas sentadas en unas simples sillas metálicas, suspendidas de cadenas. O lo que es lo mismo, las clásicas voladoras (o sillas voladoras, o cadenas) pero a una altura de impresión.
Esta atracción no es exclusiva de Estocolmo sino que está presente en otros parques de atracciones (incluido el de Madrid). Pero el dato de ser la más alta del mundo, para qué vamos a negarlo, tiene su atractivo. Por eso, y por lo "poco" que nos gusta a nosotros subirnos a las alturas, era sólo cuestión de tiempo que acabáramos allí sentados.
La experiencia es absolutamente recomendable, eso sí, para quien no tenga el más mínimo atisbo de vértigo. El cacharro sube rápido y enseguida se empieza a notar el efecto del viento. Al no estar rodeado de una estructura voluminosa, se tiene la impresión de que es fácil escurrirse en cualquier momento de ese asiento de aspecto precario. Y sin darte cuenta, te agarras con fuerza a las cadenas, como si eso pudiese salvarte en caso de accidente. Una vez uno se abstrae de las sensaciones iniciales, las vistas son impresionantes y los dos minutos que dura la sesión saben a poco.
Tan a poco nos supo, que antes de irnos nos hicimos una ronda completa por las montañas rusas. Tanto Antón como yo, no íbamos a un parque de atracciones desde hace un montón de años y lo pasamos como enanos. No se nota, verdad?